Hubo un
tiempo, hace mucho tiempo, en que nadie miraba…
No es que
no tuvieran ojos los hombres y mujeres que se caminaban estas tierras.
Tenían de
por sí, pero no miraban. Los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los
más primeros, de por sí habían nacido muchas cosas sin dejar mero clarito para
qué o por qué o sea la razón o el trabajo que cada cosa debía de hacer o de
tratar de hacer. Porque de que cada cosa tenía su por qué, pues sí, porque los
dioses que nacieron el mundo, los más primeros, de por sí eran los más grandes
y ellos sí sabían para qué o por qué de cada cosa, eran dioses pues.
Pero
resulta que estos dioses primeros no muy se preocupaban de lo que hacían, todo
lo hacían como fiesta, como juego, como baile. De por sí cuentan los más viejos
de los viejos que, cuando los primeros dioses se reunían, seguro tenía que
haber una su marimba, porque seguro que
al final de sus asambleas se venía la cantadera y la bailadera. Es más, dicen
que si la marimba no estaba a la mano, pues nomás no había asamblea y ahí se estaban los dioses, rascándose nomás la
barriga, contando chistes y haciéndose travesuras.
Bueno el
caso es que los dioses primeros, los más grandes, nacieron el mundo, pero no
dejaron claro el para qué o el por qué de cada cosa. Y una de estas cosas eran
los ojos.
¿Acaso
habían dejado dicho los dioses que los ojos eran para mirar? No pues.
Y
entonces ahí se andaban los primeros hombres y mujeres que acá se caminaron, a
los tumbos, dándose golpes y caídas, chocándose entre ellos y agarrando cosas
que no querían y dejando de tomar cosas que sí querían. Así como de por sí hace
mucha gente ahora, que toma lo que no quiere y le hace daño, y deja de agarrar
lo que necesita y le hace mejor, que anda tropezándose y chocándose unos con
otros.
O sea que
los hombres y mujeres primeros sí tenían unos ojos, sí pues, pero no miraban. Y
muchos y muy variados eran los tipos de ojos que tenían los más primeros
hombres y mujeres. Los había de todos los colores y de todos los tamaños, los
había de diferentes formas. Había ojos redondos, rasgados, ovalados, chicos,
grandes, medianos, negros, azules, amarillos, verdes, marrones, rojos y
blancos. Sí, muchos ojos, dos en cada hombre y mujer primeros, pero nada que
miraban.
Y así se
hubiera seguido todo hasta nuestros días si no es porque una vez pasó algo.
Resulta que estaban los dioses primeros, los que nacieron el mundo, los más
grandes, haciendo una bailadera porque agosto era, pues, mes de memoria y de
mañana, cuando unos hombres y mujeres que no miraban se fueron a dar a donde
estaban los dioses en su fiestadero y ahí nomás se chocaron con los dioses y
unos fueron a dar contra la marimba y la tumbaron y entonces la fiesta se hizo
puro borlote y se paró la música y se paró la cantadera y pues también la
bailadera se detuvo y gran relajo se hizo y los dioses primeros de un lado a
otro tratando de ver por qué se detuvo la fiesta y los hombre y mujeres que no
miraban se seguían tropezando y chocándose entre ellos y con los dioses. Y así
se pasaron un buen rato, entre choques, caídas, mentadas y maldiciones.
Ya por
fin al rato como que se dieron cuenta los dioses más grandes que todo el desbarajuste se había hecho
cuando llegaron esos hombres y mujeres. Y entonces los juntaron y les hablaron
y les preguntaron si acaso no miraban por dónde caminaban, y entonces los
hombres y mujeres más primeros no se miraron porque de por sí no miraban, pero
preguntaron qué cosa es “mirar”. Y
entonces los dioses que nacieron el mundo se dieron cuenta de que no les habían
dejado claro para qué servían los ojos, o sea cuál era su razón de ser, su por
qué y su para qué de los ojos. Y ya les explicaron los dioses más grandes a los
hombres y mujeres primeros qué cosa era mirar, y los enseñaron a mirar.
Así aprendieron
estos hombres y mujeres que se puede mirar al otro, saber que es y que está y
que es otro y así no chocar con él, ni pegarlo, ni pasarlo por encima, ni
tropezarlo.
Supieron
también que se puede mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón.
Porque no
siempre el corazón se habla con las palabras que nacen los labios.
Muchas
veces habla el corazón con la piel, con la mirada o con pasos se habla.
También
aprendieron a mirar a quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí
mismos en las miradas de otros.
Y
supieron mirar a los otros que los miran mirar.
Y
todas las miradas aprendieron los primeros hombres y mujeres. Y la más
importante que aprendieron es la mirada que se mira a sí misma y se sabe y se
conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándose, que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido todavía, caminos aún
por andarse y madrugadas por parirse